Cuando son chiquitos, una pavada (desde nuestro punto de vista) puede desatar un llanto largo y acongojado, una rabieta o simplemente una gran descarga emocional.
El hambre, el sueño y el cansancio vuelven vulnerables a los chicos, quisquillosos y proclives a los berrinches y pataletas. Es que el "termostato emocional" todavía está en construcción y la posibilidad de regular bien las emociones es escasa. Depende de la maduración de una parte del cerebro que se va desarrollando con el tiempo. Algunos chicos lo logran antes que otros. Armate de paciencia y consolalo primero, no des explicaciones en plena rabieta porque no "entran". Abraza en silencio. Sólo cuando lo hayas logrado calmar dale todas las explicaciones posibles, las necesita para aprender a comprender y comprenderse. En la medida de lo posible aprovecha para ponerle nombre a sus emociones "te enojaste porque te saqué el short y querías vestirte solita"; "te pusiste triste porque los chicos no jugaron con vos".
Así, lentamente y de a poquito, va a ir armando su propio diccionario emocional mientras su termostato madura.
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